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Lo que no he contado

Al salir, no sabía el rumbo que tomaría mi equipaje, ni mis pasos. Fue un salto desesperado para acabar con mi propia pesadilla. Nunca escribí sobre aquella profecía de sortear caminos indefinidos, por aquello de esperar que bajo mis pies, la superficie estuviera firme, aunque durante mucho tiempo, siguió movediza. Tal vez por eso, no había contado sobre la mujer del ascensor. Llevaba un gorro de invierno, tupido como el guardián de los pensamientos de un prisionero. Amablemente sostuvo la puerta para mí y buscó conversación. Al saber mi origen, me habló de nosotros, los desterrados. Así nos llaman a los que se expulsan a sí mismos de un lugar, cuando ya no soportan las cadenas. Dijo ella, que somos como rompecabezas, que adaptamos las piezas de la soledad hasta que encajen en los días. Con una mirada apenada y al notar mi rictus doloroso,  agregó alabanzas sobre mis paisanos y expresó gratitud por tenernos como invitados. Conversó sobre haber pisado alguna vez

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