Hembras

A los caballeros les gustan las mujeres descalzas, de labios húmedos y manos sin domesticar. Potras cínicas que arrastran dolores de amores pasados y mueren por bocas lujuriosas, dejando las murmuraciones en sus tacones.
Hembras que no se compran con champagne, ni versos rosados, que dicen sin decir, tocan sin tocar y dejan su presa colgada a sus tobillos por tiempo indefinido.
Ellas no son cualquier mujer, tienen una dosis exacta de misterio y paranoia, dejando huellas de vicio en el cuello de sus camisas.
Acróbatas que balancean ternura e intemperancia al mismo ritmo, sin albergar las dudas, que no son santas ni pecadoras.
Las que abusan de los caprichos, las que leen con vehemencia, desprecian las posesiones, odian el automatismo y lo doméstico y se convierten en indignas ante los ojos de las señoras.
A ellos, les gustan así, con una montaña rusa en sus rodillas, desafiando la gravedad, amantes del vino y del buen paté, con la profundidad de un ombligo, capaces de vivir si las abandonan y de pagar un taxi y decir adiós sin dejar un rastro.
Ellas les hacen creer que pueden mentirles, que las subestiman y ríen, vuelan sin alas, excavan sin ser reptiles y primero las destruyen antes de verlas lejanas, despojas y vencidas.

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