El poema ciego


Encuentro casual en el que el destino hizo los arreglos que darían pie a una situación poco común. Nunca sabrán porqué ese lugar y no otro más usual en estos casos. Pero sucedió el contacto.
Escapaba ella de una rutina que asfixiaba cada hora del día y, colgada de pequeñas cascadas de lágrimas, esperaba que en su trayecto apareciera de súbito un sobresalto, una aparición que le motivara a sonreír con solo desearla. Y nada ocurría... un día idéntico al otro, horas muertas, minutos iguales sucediéndose sin cambios... prisa todas las mañanas, un recorrido sin desvíos ida y vuelta, nada provocando escalofríos en los huesos.
Lejos de sospecharlo, él seguía a diario un monumental ritual de hombre bondadoso y ejemplar. Creyendo que cada acto lo hacía mejor persona, mejor familiar y padre y que sólo eso existía y que, con ello, el cielo sería suyo, sin saber que alcanzarlo también tiene otros caminos.
El encuentro ocurrió, accidental, pero ocurrió. En una escena sin presencia real que se convirtió en afinidad por las letras, identificando frases y verbos por conjugar, no se hicieron esperar los planes de un contacto, un excepcional contacto, breve y repleto de una adrenalina que pocos conocen, que pocos se permiten.
Nunca sabrían en qué punto exacto de la charla se planificó una placentera aventura que sería absolutamente condenable a la luz pública y que se bautizó en excelso secreto travieso.
Ganas ocultas, atrevida lujuria, cínica seducción e incontrolable deseo por lo desigual y un atrevimiento hacia el vuelo a la poesía, ingredientes donde sólo importaba el cierre de los párpados, el toque de los dedos, la piel como bandera izada, una sensación a punto de graduarse de musa y, a ojos cerrados, una gran dosis de imaginación.
La leyenda se desarrolla sin más pretensiones que llegar al empalago y crear una historia entre líneas, sentir, tan solo sentir...
Derroche de voces en susurros quedos, sortilegio sin identidad, sin datos de donde atar otra conexión que no sea el maravilloso momento sin futuro, sin saber cuándo sería la próxima vez, de haberla, lo que deriva en un pensamiento de actuar como la última, constante despedida probablemente sin serlo, que amenaza y que, sin querer conforma uno de los puntos de más emoción. Era un juego que provocaba tempestades y arreciaba con furia en un tránsito por cuerpos y roces del alma, donde se desconoce la sociedad, donde sólo lo verdaderamente subliminal concierne, sin reglas, mitos ni normas que sean obstáculo alguno para un vuelo que, repito, pocos se atreven a vivir.
Se quisieron sin verse, siempre sin verse y sin quererse ver, imaginando cada rasgo, cada pliegue de piel, cada accidente de carne, cada expresión, cada cicatriz, con solo deslizar los dedos y, a ojos cerrados voluntariamente, solo tacto, solo dejar desbordar los sentidos y desplegar torrentes de revoluciones.
Así sucedió muchas veces, con la promesa de respetar la vida real, de quedarse en el límite de la identidad sin traspasarlo, procurando el mismo rincón como templo de ceremonia a una oscuridad que ya se hace familiar encasillando en cada empalme las palabras dichas, para luego, crear una historia distinta que dejaba la puerta abierta para volver a escribirla.
Ciegos de verdad, ciegos de ganas y ciegos de la inservible curiosidad que sólo dañaría el despegue de un viaje que planificado no podría encontrar los atajos que refrescan la tensión y la rutina imprimiendo nuevas fuerzas para continuar en una lucha que parece no tener final.
Ocasionalmente ella rinde culto a esos momentos. A solas, con luces apagadas y a oscuras... las evoca tanto que duelen.
Bella historia sin trascendencia, sin consecuencia, de efectos inmediatos, con intensidad de chispas de bengala que pronto se apagan pero que, mientras duran, podrían quemar hasta sobre el hielo.
Quizás algún día se tropiecen en una vereda, en una tienda o quien sabe si en un ascensor sin saber quienes son, pero un escalofrío sin motivo recorrerá sus pieles y los hará voltear con sorpresa, tratando de identificar algún detalle que los delate... un olor, un gesto, tal vez una voz, como únicos elementos de enlace en un cuento muy peculiar.
Una nota musical que trepó sobre una letra y formaron un poema ciego dentro de una habitación.

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