Lo que no he contado





Al salir, no sabía el rumbo que tomaría mi equipaje, ni mis pasos. Fue un salto desesperado para acabar con mi propia pesadilla. Nunca escribí sobre aquella profecía de sortear caminos indefinidos, por aquello de esperar que bajo mis pies, la superficie estuviera firme, aunque durante mucho tiempo, siguió movediza. Tal vez por eso, no había contado sobre la mujer del ascensor.
Llevaba un gorro de invierno, tupido como el guardián de los pensamientos de un prisionero. Amablemente sostuvo la puerta para mí y buscó conversación. Al saber mi origen, me habló de nosotros, los desterrados. Así nos llaman a los que se expulsan a sí mismos de un lugar, cuando ya no soportan las cadenas.
Dijo ella, que somos como rompecabezas, que adaptamos las piezas de la soledad hasta que encajen en los días. Con una mirada apenada y al notar mi rictus doloroso,  agregó alabanzas sobre mis paisanos y expresó gratitud por tenernos como invitados.
Conversó sobre haber pisado alguna vez mi tierra y el sabor agradable que dejaron nuestras costas coloridas en su memoria, le hace rezar cada noche por el país, clamando por la reconstrucción de un puente que no se lleve las palabras.
Antes de llegar a su piso, comentó que ora por los que ahora estamos en su nación, sembrando esperanzas en el suelo ajeno que nos albergó, después de un vuelo involuntario.
Esto tampoco lo mencioné, pero señaló hacia arriba con sus dedos, tratando de ilustrar cómo hacemos un nido sobre tempestades sin necesitar la luz, porque somos linternas, conservando la ingenuidad de los niños, mientras sonreímos.
Fue como comprobar mis predicciones: el amor y las raíces están donde las llevemos.
No les he contado, pero cuando la mujer se fue, no pude aguantar el llanto. 




Comentarios

renita00 dijo…
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