De ser guerrera


Un brindis mudo, sin saber porqué se alzaron las copas. Brindé con la derecha, a sabiendas de que no puedo aspirar a repetición. Esta vez, bebí lo amargo de la soledad inminente, succioné las lágrimas bajo mis párpados y disimulé el dolor por lo que sabía que vendría.
Después de esto, mi abismo es más profundo, más doloroso, pero paradójicamente más dulce.
Los viajes póstumos ocurrirán solo en mi memoria, el recuerdo tierno de los únicos brazos que saben abarcarme completa, lo grandes que fueron sus besos diminutos y mi alma con un edulcorante que dura solo unas horas.
Últimamente se ha vuelto diabética, le hace daño el azúcar.
Tengo que seguir fingiendo que estoy bien, cuando solo sobrevivo. No quiero pensar, y en el ducto de esos pensamientos ocurren cosas extrañas. Todos quieren salir a la vez o ninguno se decide a dar el paso si los otros no le acompañan.
Bajo mi cuello está la rara sensación encadenada a mis lacrimales. Allí, en mi pecho, inevitablemente sube hacia mis ojos y los hace humedecer. Y finjo que nada pasa, no puedo darme el lujo del desahogo, no todavía. Temo a ese momento, cómo temo.
Ayer mi cabello caía en cascadas sobre su rostro, acariciando sus mejillas con las puntas y sentí estremecer hasta los bordes de sus cejas.
Un remolino de emociones impuras, ajenas, prohibidas y, sin embargo tan mías en los cortos instantes en que pude tenerle.
Creo que al final esta es la única fórmula que me está permitida, la no permanencia, lo fugaz, la despedida. Mi vida ha estado llena de ellas y pareciera que es lo reglamentario, nadie parece sorprenderse de esto. Nada me habita y yo habito en la nada.
No tengo más eternidad que la que cabe en 24 horas de vivencias.
Rememorar y pasar mi lengua sobre mis labios reviviendo momentos pasados, es de humanos. Hasta allí tengo luz verde.
Aspirar a prolongarlo, a creer en posibilidades, es de tontos y despedirme y asesinar las sensaciones es de guerreros valientes que tienen los pies en la tierra. Tomo clases%2

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