Tributo




El amor de mi vida se instaló en mis días una tarde de noviembre, inesperado, sorpresivo, como son todos los toques de los elfos. Acarició las puntas de mis horas, prolongando cada una de ellas hacia un infinito maravilloso que lograba elevarme del pavimento. Ese amor, el de mi vida, pintó las noches con azulejos, arrancó la maleza taciturna de mi vida y procuró que, cada día a su lado, pudiera yo ser subirme en la cúspide del universo. El amor de mi vida cuidó de mí cada centímetro, me habló de bienestar, del poco valor del dinero y de la fortuna de cada momento vivido en cualquiera de las circunstancias, siempre que estuviera yo a su lado. Me hizo viajar por rincones insospechados, aplacó mi conciencia, defendió mi corpórea existencia y veló por mi salud cada mañana de esos días. Este amor, se refugió en mis brazos en cada momento libre, adoró mis susurros, me hizo sentir en su vida, el más excelso amuleto bendecido. Junto a él, amanecía iluminada, repleta de mimos cada noche, antes de cerrar mis ojos e hizo presencia permanente en cada uno de mis parpadeos. El amor de toda mi vida, proyectó la dicha de mi alma, más allá del tiempo y del espacio físico, sintió orgullo de mi progreso y minimizó los pequeños fracasos con un beso que arrastraba pensamientos dulces, miradas almibaradas. Ese gran amor de mi vida, un día espantó mis pájaros nublados, las bestias, los fantasmas y, en un frasco pequeño, los soltó fuera del mundo para que no me hicieran más daño. Jamás dudo de mi íntegro concepto de la vida, ni jugó a endilgarme traiciones que justificaran sus errores. Es así como es “El amor de una vida”… fortuna de espíritu, presencia y juego, transparencia y cristal de azúcar que endulzó hangares de águilas que sobrevolaron mis sueños. El amor de mi vida nunca tendrá un duplicado, por eso le escribo en secreto, mientras otros que solo quisieron ser fugaces instantes, se ajustan mis grafías convenientes, creyendo que, tan poco esfuerzo, podría ser musa de mis letras. Ese amor mío, estará en mi memoria hasta el fin de mis días, pese a todo, en un rincón oculto que hace de hostal de miel y poesía, zumo tibio perfecto para la más hermosa inspiración jamás concebida. Él viaja en mis desvelos, no abandona el lugar que ocupa en mi dermis y no hubo otro que pudiera atribuirse su puesto por lucha ni con suficiente brío. El amor de mi vida enfermó un día de lujuria y prefirió marcharse antes que dañarme, pero, aún así nunca, nunca dejará de bordar mis pensamientos con los días vividos. Así fue el amor de mi vida.

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