La muñeca infiel



No siempre su expresión era la misma, pesar del material de que estaba constituida... de sueños, de brisas, de alientos. Su plástico frío encerraba gestos que solo yo podía apreciar. Sabía cuando saltaba por dentro de contento (si hubiera podido hacerlo).
Había un alma encerrada allí. Su traje, original, era de diversos tonos azules, de allí mi preferencia por tal color. Diminutas florecillas salpicaban la tela, distribuidas en forma uniforme, en largas filas de se unían de uno a otro extremo del vestido. Un delicado encaje colocado delicadamente en su borde, formaba parte del decorado.
En tonos crudos y con múltiples orificios que, viéndolos desde cierta distancia se plasmaban en siluetas de margaritas, o quizás girasoles un tanto disfrazados, así era el tejido.Sus piernas eran perfectas, de rollizas carnes de niña, de agradables tonos de piel. Más abajo, en sus tobillos, las mediecitas crema, suave, se extendían desde la rodilla para terminar en graciosas zapatillas café de tiras transversales, de aspecto colegial.
En el cuello, un pequeño pedazo de tela hacía de borde al comienzo del vestido. Su rostro era hermoso, servía de corona al imperio de su cuerpo. De pómulos resaltantes, apariencia grácil y a la vez majestuosa su mirada...
Un tenue rosado le daba ese aspecto saludable a su rostro. Sus ojos, en tonos de otoño, ofrecían la profundidad de dicha estación, destapaban deseos de observarlos por largo tiempo, como descubriendo esos secretos que ocultaba de todos, menos de mi.Dicen que alguna vez fue una niña que, de brazo en brazo se dejaba acariciar y competía por cariño con otras muñecas. Por eso, los dioses de los juguetes, la confinaron a quedar inmóvil bajo una vida de figurín, de maniquíes con alma.Me es familiar esa leyenda.
Quizás, algún día, por mi nostalgia, por mi necesidad de abrazo, yo también fui una de ellas.
O lo soy, quien sabe.

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