El tango se baila entre dos

Entre dos. He dicho que entre dos.
Mi pie se desliza lentamente abrazando su tobillo. Gira. Lo suelta. Y, en una pirueta sirve de soporte para la próxima vuelta.
Mi brazo perfila su silueta y lo atrae imponente, dominando el paso.
La melodía dicta otro giro. Ahora el otro pie comienza su faena. Atrás. Adelante.
Así mi cuerpo va descansando en el suyo, que toma la forma del primero, y viceversa.
He dicho que entre dos. Como en el amor, no hay formas de alterarlo.
Un estímulo da lugar a una respuesta y el eco es producto de un sonido para poder repetirse. No hay uno sin otro.
Para bailar este tango es menester un cómplice de las palabras, de unos pies que se acoplen con los míos, unas manos en la espalda que sostengan mi cuerpo y no permitan la caída, unos ojos, muy cerca en el vaivén, que tropiecen en mis pupilas y en ese éxtasis que otorga la cercanía, me indiquen el próximo paso y me vuelva cordero, fiera ó aquello que pretendo ser… un alto en el camino.

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