Estadística




La ciudad llora, las calles arrastran sólidas y goteantes mascaradas. Se cae el crepúsculo sobre el manto de lluvia y un centenar de cabezas cubiertas se apresuran a cruzar los torrentes de las avenidas.

En un encierro sin precedentes, con música en niveles extremos, trato de recordar mis estadísticas. Disímiles y heterogéneas, nunca se acercan a la mezcla universal. En una posición estática a la que me obliga el infernal tráfico capitalino, mi vista se pasea por escenarios conocidos en otros tiempos.

El recuerdo invade el espacio que ocupo, la melodía colabora, y un par de lágrimas desvergonzadas intentan quebrantar mi fortaleza. En la actualidad no sé dónde me encuentro, a la derecha, a la izquierda o en un centro que trato de construir para que mi propio balanceo no termine de derrocarme.

Me hastían los esposos insatisfechos, se acercan los niños reprimidos, en la inestable búsqueda de una supuesta experiencia que ni siquiera están dispuestos a afrontar cuando aparezca y una decena de ejemplares sin sutileza ni escrúpulos, intentan poseer las letras de una poeta.

La ciudad sigue su curso, la noche cae irremediablemente, sin pausa, la mente divaga en el más absoluto aburrimiento y ya no se si pertenezco a una estadística o intento batir el record de las princesas sin castillo.

Estoy sin esquemas, perdí los mapas y no tengo la menor intención de volverlos a buscar.

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