Cantos que arañan



Llegué y dejé estelas en tus rincones, donde posé mis pasiones sin piedad y sembré las huellas digitales de mi vida en tus estantes, arañé paredes en busca de esa paciencia que me pides.

Esparcí las muestras de esas cosas que me haces sentir y derramé mis ganas en cada esquina para encontrarlas germinadas a mi regreso, en brotes donde nacen cachitos de esa curiosa luna que me dio la bienvenida, bajo un coro de letras de canciones que nos describían el momento.

Los pedazos que te dejo, los guardaba para ti, quijote que asesina tristezas y que iza banderas de sonrisas, cambiando las señas que había impuesto el destino.

No he de irme sin cumplir la misión me has dejado, la de colonizarte a mi capricho, la de descubrir de tu mano los armarios que guarda el cielo en ese vuelo que me llevas con el mismo temor al dolor que siento yo.

No me iré sin haberme disuelto en el agua que bebes, sin haber convertido mis brazos en rayos de luces cuando en tu cuerpo, la claridad se declare en huelga.

En esta forma, poco usual de querernos, me resisto en exceso a creer en la vida, me indigno ante mi fragilidad, me desplomo débil pero voluntariamente ante tus ojos de viento y me entrego a tus letras y a tu cuerpo mientras me despojo en una cascada de gotas de cariño de un mundo corriente para hacerte el dueño de todo aquello que queda después de la limpieza que me procuro.

Llegué, y todo estaba en orden y dispuesto para el banquete y allí regué las macetas que guardan tus plantas tristes la maleza que arrancaré de raíz, para implantar allí, en su lugar, semillas de ternura que algún día darán los frutos que quiero.

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