Despegue


Los vuelos se convierten en fiesta cuando las naves son similares. Un aterrizaje a la velocidad vertical más baja posible requiere de la eficiencia adecuada para las demás fases de vuelo. He sobrevolado en pocos días la fantasía y, su aparente ficción me hizo volar más allá de la visión de la pista.
La condición ambiental es excelente, no hay vientos cruzados ni obstáculos en la senda de planeo. La pista es corta, punto importante para ejecutar maniobras. He revisado el panel de instrumentos y todo parece estar en orden.
Desconozco la veracidad de la ubicación de mi destino, sin embargo puedo observarle a muchos pies de altura y allí, en esa mesa redonda cubierta por un mantel de aspecto rudimentario, un personaje peculiar hace su aparición sorpresiva.
No se si pueda descender hasta allí, lo avisto con precisión y él sube la mirada en señal de curiosidad.
Aterrizo vacía de utopías, con las sandalias desatadas de tanto intentar establecerme. Mi llegada representa una operación aún sin resultados, una interrogante sublime que sugiere bienestar.
Es un anticipo de la vida, resultado de una ecuación desconocida, como olas que bañan mis tobillos, precedidos de los nudos de mis sandalias.
En esta vocación conquistadora que me empeño en ejecutar, vigilo movimientos y pasos en avance.
Mi soledad, en la cúspide de la más gélida temperatura, podría derretirse en un solo encuentro.
Un buen aterrizaje requiere una buena aproximación, e inversamente, una defectuosa supondrá seguramente un pobre toque a tierra, así que, ajustando la potencia, obtengo valores concretos y mantengo la altura.
El despegue está por comenzar.

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