JULIANA DE PAPAS





Los primeros años en pareja son un espiral que succiona los sueños individuales. Una mujer es capaz de abandonar (se) todo en pro de la vida conyugal. Los días se tornan ahumados como el asado dominguero, para demostrarle a la familia lo que se ha aprendido en el poco tiempo del insomnio y otras menudencias cotidianas. No se aprende pronto cómo recoger una siembra que ha sido impuesta ni se ensaya recogerla.

Nunca sabe hacia dónde se va expandiendo el universo elegido, pero de seguro, no es hacia dentro. En lo doméstico, y por descuido, el vacío se va apoderando de cualquier espacio de luz hasta dejar el espíritu completamente desecho.

De cuando en cuando ella se refugia en los libros. El costo de imbuirse en otros mundos, no vale el tiempo que, para él, significa el aprendizaje de ficciones imposibles de manejar. Ese vasto mundo que proporciona el milagro de una historia que atrapa, no debe ser prioridad para una buena ama de casa.

La compra de las obras se hacía en silencio, ocultando o destruyendo recibos de la tienda, delatores de su pecado. No necesariamente era una prohibición, pero siempre fue motivo de discusión  lo que representaba el costo en comparación con otros gastos “importantes”. Como ya es sabido, los primeros pasos del amor conyugal dan todo por hecho y cualquier actividad es justificable en pro de la construcción de la familia.

Había poco tiempo para la lectura. No se puede hojear un libro mientras se tienen las manos humedecidas al cocinar o se hace una juliana de papas para el almuerzo. Las papas finas, vale mencionar, eran las preferidas de su compañero de vida y ella creía fielmente en tener este tipo de detalles, pues sumaba puntos a la relación.

Ah, los detalles… cuántos hubo de mi parte y durante tantos años. Sucede que no para todas las parejas, un detalle tiene el mismo valor ni la misma prelación. Por ello un día nos sorprendemos cenando solos mientras vemos la televisión y ya no hay nadie que nos haga una juliana de papas.

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