Cornisa

Hay un punto muerto en el filo de la cornisa. Equidistante de mí. Mojado. Nublado. Apenas visible. Al bajar la vista, las figuras se desdibujan y no parecen humanas. Y yo, aguerrida, astuta, no avanzo. Para sentir el portazo tras de mi cuerpo, solo requiero cerrar los párpados. Señal inequívoca de aceptación de los hechos. El vacío se inclina perpendicular. Aún está tibia mi comisura. El se fue lamiendo su descaro agrio, denso, como malteadas de tardes de vacaciones. Su niño se detuvo en ese punto muerto de la cornisa. Y yo, siempre de afán, conseguí un adulto que se negó a crecer y se transformó en cicatriz.

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