La mueca


Ese Rictus recurrente se instala los viernes programando las horas vespertinas. Un caudal de carcajadas navega en el exterior, pisando los murmullos que escapan de mi memoria. Se ausenta el dolor y un color blanco va llenando mis sienes. Las emociones se han vuelto aristocráticas y altivas. O quizás es la forma de ocupar un lugar que, con persistencia, insistí en destruir.Saber quien soy me diferencia del resto de los mortales. Experimentarlo es lloverme por dentro salpicando una paz que he desconocido y que ya comienzo a adoptar como propia.Necesitaba ser nadie para encontrarme y me agrada la visita de esta extraña sin adversarios.Me extravié en ninguna parte sin pasaje de retorno. Llegó a gustarme el fango, el pelaje de las hienas, el aroma que despiden los buitres cuando avientan su plumaje en busca de carroña.Creo que fui yo quien colocó las piedras como obstáculos para no llegarme. Sin embargo, el propósito no puede incumplirse. Ya no cargo cruces de madera ni me persigno ante los santuarios externa, siempre estuvo, pero mi cuerpo fue un recipiente vacío de mitos y repleto de descabellados instantes que esperaban el momento exacto de sentirme menos humana, más sublime, sin asco de mi. Las medias tintas no han sido mi fuerte. La decisión está tomada. Esta vez no dejaré avanzar los ocres. He vuelto a mí. Ya no hay muecas.

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